Programación

ESSENTIA. Encuentros y desencuentros

  • Etiquetas: museo, exposición, ESENCIA, pinturas
  • Article Rating
  • Compártenos
  • Comentarios (0)
  • RSS E.P.E.L. Castel ruiz
  • A+
  • a-
  • Restablecer
  • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros

    ESSENTIA. Encuentros y desencuentros.

    ESSENTIA es la aportación expresiva de algunas pinturas de JUAN BELZUNEGUI Y FELIX ORTEGA cuyos cuadros tratan de establecer un diálogo estético con alguna de las obras de la Colección del MUSEO MUÑOZ SOLA. Un diálogo libre que produce encuentros y desencuentros en función de las coincidencias y los rechazos de las formas pictóricas de los invitados a este diálogo pictórico con los fondos del Museo, prodiciendo un resultado sorprendente y estimulante a la vez, dado el inevitable contraste de las formas pictóricas que comparten pared y espacio.

    Si la Colección estable del Museo mantiene una cierta unidad estética, debida principalmente al limitado espacio temporal en que los cuadros fueron creados, (siglo XIX y principios del XX sobre todo), y al gusto del coleccionista, (César Muñoz Sola), en torno a la pintura figurativa de suelta pincelada, con la irrupción de estas pinturas de Belzunegui y Ortega se produce un impacto visual de primer orden y que no deja indiferente la percepción ni la actitud del espectador, que podrá sentirse estimulado, decepcionado, agredido o gratamente sorprendido ante el resultado de la misma.

    Con el siguiente texto, debido a la mano del crítico Juan Zapater, se comprenderá algo mejor el contenido e intención de la misma.


    Los hijos pródigos



    Si hay que acordar, caso de que lo hubiera, cuál es el hilo conductor que establece un hipotético diálogo entre las propuestas artísticas que representan el patrimonio pictórico de César Muñoz Sola y las obras de Juan Belzunegui y de Félix Ortega, en el contexto de una colección de pintura de finales del XIX y buena parte del XX, acudiríamos al lugar común de reconocerles la actitud compartida de quienes saben cómo se siente cuando se pinta con pintura.

    Esto, pintar con pintura, antes resultaba evidente.

    Digamos que era lo natural.

    Ahora, la pintura, a fuerza de no practicarse, parece haber sido desterrada por completo de los espacios artísticos de la contemporaneidad.

    Al comienzo de los años 90, cuando la pintura ya comenzaba a verse cuestionada (traicionada decían algunos) por las nuevas prácticas artísticas, bajo el título de El regreso del hijo pródigo, Dis Berlin encabezó una exposición conjunta de pintores acorralados.
     
    Allí, una serie de artistas pintores fueron congregados bajo la llamada de la referida escena bíblica. Solitarios del mundo los llamaba Bonet en el catálogo tomando a su vez prestada la idea a Eugenio d´Ors. Paradójicamente d´Ors, se acordó y acuñó esa figura con la que realizó una llamada a la unidad de esos solitarios, con motivo de la prematura muerte en Pamplona del escritor y periodista Ángel María Pascual.

    Por la inevitable asociación de imágenes y emociones, en aquel momento, poco antes de que la Olimpiada de Barcelona y la Expo de Sevilla borrasen los últimos restos de vergüenza y dignidad que quedaban a la clase política en el poder, visualicé la obra homónima de Rembrandt que descansa en el museo del Hermitage de San Petersburgo.

    Al parecer Rembrandt pintó aquel cuadro, las dataciones no se ponen de acuerdo, hacia el final de su vida. El artista pasaba por una situación delicada. Sin dinero. Sin fuerzas. Casi sin vida. Pero conservando su talento. Con él, Rembrandt trasladó la conocida parábola descrita por el evangelista Lucas, a su propia situación personal. Algunos historiadores sostienen que fue su último cuadro. Lo único que se sabe con certeza es que llegó a Rusia porque cien años más tarde, lo compró la zarina Catalina la grande.

    Lo que aquí interesa es que, lo que esa imagen representa, sirvió entonces y nos servirá ahora para hablar de la pintura en el arte.

    Ignoro qué pensaban en aquellos días Dis Berlin y todos aquellos que se unieron a su llamada para reivindicar la acción de pintar. Pero sabemos ahora, 25 años después, que en realidad vivimos en un bucle de lamentos continuos, de marmotas que cada año repiten el mismo ritual, de retornos que nunca culminan su regreso anunciado. Cada día, un hijo pródigo sueña con regresar a la casa del padre. Cada día, un padre viejo, cree que quien llama a su puerta es el hijo que se fue. La situación se congela y la pintura sigue estando sin estar en el mundo del arte contemporáneo.

    Pero vayamos al intento de diálogo, al encuentro entre las pinturas que hoy se dan cita en esta casa. Me refiero a las obras que conforman esta exposición, obras que pertenecen a César Muñoz Sola y su colección personal –que son las que están ya en esta casa-, y obras invitadas, que provienen de Juan Belzunegui y Félix Ortega. Lo literal, lo evidente en ese cruce de dos tiempos distintos, es que se establece un querer enhebrar dos paradigmas artísticos en un gesto extraño que nos acaba interrogando precisamente sobre el tiempo, la creación plástica y sus formas.

    Estamos en la primavera de 2017, dentro de cuatro años se cumplirán cien años del nacimiento de Muñoz Sola. También se cumplirá un siglo desde la formulación del arte abstracto.

    El dato no es un guiño intencionado ni gratuito sino una constatación oportuna que formula una interpelación inquietante.

    Cesar Muñoz Sola, que murió en el año 2000, en el quicio de un nuevo milenio, como si no hubiera querido entrar en el siglo XXI ni salir del XX, practicó a lo largo de su vida una concepción de la pintura que, en realidad, había perdido el reloj de su presente el mismo día de su nacimiento.

    Félix Ortega y Juan Belzunegui nacieron con la segunda mitad del siglo ya empezada. En concreto con el despertar del pop, en el albor del nacimiento del minimalismo, un minuto antes del ocaso del tiempo moderno.

    Después llegaría la posmodernidad.

    Y si César Muñoz hizo su pintura ajena al calendario, en ese hecho de nadar a contracorriente, en esa vocación de ser anacrónicos resistentes al hecho de su época, se reconocen los tres artistas. Lean lo que ellos dicen leer, revisen lo que ellos dicen querer, admirar y respetar y traten de ubicarlo en un calendario: el resultado no da pie a la duda. La inmensa mayoría de los referentes que los (con)forman y en donde podemos reconocer su universo pictórico no traspasaron el quicio de los ingenuos y esperanzadores años 60. En todo caso, tuvieron el valor de asomarse al precipicio de los años 70, años que todos sabemos fueron ensombrecidos por el desamparo, la crisis y el final de las utopías.

    Poco más encuentro en común en este cruce de caminos.

    Por más que en un juego de enredos, se propongan encadenados imposibles y autorretratos que solo lo son como puro enunciado conceptual, la rima me devuelve siempre a la pintura-pintura.

    No será en la coincidencia formal donde tengamos que aplicar los esfuerzos, si deseamos de verdad leer estos cuadros como lo que son: textos artísticos abiertos. Interrogaciones permeables a las interpretaciones subjetivas, al matiz determinante que todo lo cambia, al conocimiento que todo lo abisma. 

    Los artistas que aquí se encuentran, como sucede con el cuadro de El regreso del hijo pródigo de Rembrandt, conforman una secuencia simbólica. Un (pre)juicio generacional nos llevaría a pensar que los mayores, César Muñoz Sola y los artistas de su colección, habrían de encarnar el papel del padre-anfitrión  y que los dos invitados, Juan Belzunegui y Félix Ortega, deben repartirse los roles de los hermanos: el dilapidador arrepentido y el juicioso decepcionado por esa actitud paterna que vulnera la legitimidad de la justicia paralizada por el perdón y la culpa.

    No se empeñen en ello ni se ofusquen con las apariencias. No creo que vaya por ahí su vinculación con la citada secuencia.

    En realidad todos ellos representan al hijo ninguneado, todos parecen moverse en el mismo lado del tablero; el del pintor fiel a la pintura que se aferra al tiempo que le vio nacer para recibir una magra recompensa.


    Exposición. Del 21 de abril al 4 de junio de 2017


    Programación

    ESSENTIA. Encuentros y desencuentros

    • Descripción: Diálogo artístico de las pinturas de JUAN BELZUNEGUI y FÉLIX ORTEGA, con determinadas obras de la Colección del MUSEO MUÑOZ SOLA
    • Fecha: viernes, 21 de abril de 2017 a las 10:30.
    • Entrada gratuita.

    Imágenes

    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros
    • ESSENTIA. Encuentros y desencuentros

    Valoración

    Comenta este evento

    No hay comentarios para este evento. Se el primero en hacerlo.

    Comentarios

    Para comentar este evento tienes que estas registrado. Sólo pueden enviar comentarios los usuarios registrados.